Mario Polar Ugarteche. El Polar que
pocos conocen (I/II)
Euskonews
Jhon BAZÁN AGUILAR
Mario POLAR UGARTECHE
Un testimonio de la ciudad Blanca
Introducción por Jhon Bazan Aguilar
Arequipa, la segunda ciudad del Perú es prolífica en
intelectuales y en políticos, dueña de una especial idiosincrasia que les da un
aire de distinción muy propio en el Perú. La gran influencia vasca desde los
albores de la conquista en Arequipa, es un factor a tomar en cuenta, pues
incluso se atribuye a que por ello esta ciudad es conocida como “la Ciudad
Blanca”, aparte de que su estirpe ciudadana ha sido desde siempre rebelde y
generalmente contestataria, lo cual se ha puesto de manifiesto en muchos
terrenos. En esta oportunidad nos permitimos rescatar la figura de un gran
personaje de ancestro vasco: Mario Polar Ugarteche, a quien tuve el honor de
conocer en mis años juveniles, cuando ya él era un personaje que dejaba
profunda huella en la política peruana. Opacada por su brillante oratoria, la
raigambre humanista de Mario Polar Ugarteche es poco conocida y empieza a
surgir conforme se rescatan sus testimonios escritos.
Polar Ugarteche fue muy amigo de otro gran referente vasco,
Francisco Igartua Rovira, fundador y director de la revista “Oiga”, de la cual
fue colaborador. De sus escritos rescatamos en esta ocasión una sensitiva
página biográfica en que retrata a dos disímiles pero a la vez congruentes personajes
arequipeños, el jurista y político José Luis Bustamante y Rivero -quien llegó a
ser Presidente de la República y Presidente del Tribunal de La Haya, el máximo
tribunal del planeta, y a César Atahualpa Rodríguez, bibliotecario cuya
sencillez humana describe con admiración y cariño.
Este trabajo de Polar es escrito con prolija sencillez, como
si fuera un escrito a su nieto. Pero no descuida la precisión del dato
histórico, el perfil exacto de ambos personajes, centrando su admiración en el
verbo y el pensamiento literario. De la pluma de Polar, menos conocida que su
brillante oratoria, presentamos con orgullo su nota “El Argonauta y el Buzo”,
Julio de 1968, cuando él estaba aún en lo mejor de su vida.
Como nota adicional, este 5 de Setiembre se cumple 100 años
del nacimiento de Polar, por coincidencia el mismo día en que nació Igartua, y
cuatro días antes de la festividad de la Virgen de Arantzazu de Lima, patrona
del mundo vasco.
El argonauta y el buzo
por Mario Polar Ugarteche
Para cumplir con el propósito de estas páginas —imprimir en
la mente de los jóvenes la figura de un peruano ejemplar—, nada mejor que
recurrir a la pluma de Mario Polar, quien en su libro ‘Viejos y nuevos tiempos’
traza, bajo el mismo título de la cabecera, la siguiente magistratura estampa
del doctor José Luis Bustamante y Rivero. Leamos a Mario Polar dialogando con
su nieto:
Lima, 18 de julio de 1968.
Pequeño: hoy quiero contarte de dos maestros de mi juventud a
quienes considero ahora mis amigos: de José Luis Bustamante y Rivero y de César
Atahualpa Rodríguez.
El primero fue mi maestro de Derecho Civil en la Facultad de
Jurisprudencia. El segundo me dio lecciones de Humanismo cuando regalaba
cultura bajo los arcos de Portales de la Plaza Mayor de Arequipa. El primero es
conocido como político y hombre de leyes y del segundo muy pocos saben algo.
Pero ambos son poetas en la acepción más pura del vocablo y no porque “componen
o hacen versos”, según definición de un diccionario, sino porque han sido
capaces de encontrar la esencia poética en la substancia misma de la vida y de
verterla y revelarla con belleza.
Cuando estudies la Historia del Perú Republicano sabrás que
don José Luis, además de maestro y autor de ensayos jurídicos y sociológicos
notables, fue el líder civil de la revolución de 1930 que derrocó a Leguía en
un intento de restablecer las libertades públicas; que en 1945, en las primeras
elecciones limpias y auténticas en muchos lustros, fue elegido Presidente de la
República; que tres años después fue derrocado por un golpe militar encabezado
por el que fuera uno de sus ministros de Gobierno; que cuando regresó del
exilio fue calurosamente acogido por los pueblos de Lima y Arequipa como una de
las reservas morales del país; que posteriormente fue elegido Juez del Tribunal
Internacional de La Haya; y que actualmente es Presidente de esa institución,
el más alto tribunal de la Tierra.
De César Atahualpa Rodríguez sabrás algo si estudias la
historia de la literatura peruana y si los historiadores de esta época son
capaces de captar el hondo mensaje metafísico de su poesía. Pues mientras la
biografía de Bustamante es muy rica, incluyendo sus servicios como Embajador
del Perú en varios países y su participación en algunas conferencias
internacionales —lo que anteriormente olvidé mencionar—, la biografía de Rodríguez,
por lo menos en términos convencionales, es muy pobre. Nació en Arequipa hace
78 años; estudió en una escuelita municipal y en el Colegio de la
Independencia; ingresó, siendo muy joven, a la ‘Biblioteca Municipal’ como
ayudante, ascendiendo en 1918 al cargo del director; y después de 40 años de
labor fue jubilado.
Nada más. En ese lapso ha escrito mucho pero ha publicado
poco: la Torre de las Paradojas —colección de poemas juveniles publicados por
una editorial argentina en 1926— y ‘Sonatas en Tono de Silencio’ —selección de
poemas de edad madura, editado por el Ministerio de Educación el año pasado.
Sin embargo, eventualmente, diarios y revistas de Arequipa y algunas capitales
de América han publicado sus poemas.
A estos dos hombres tan distintos, y tan hermanos en el fondo
—al que conoció el drama del poder y de la lucha pública y al que vivió en la
sombra, buceando angustiosamente en su pozo interior para sacar, de cuando en
cuando, alguna perla legítima—, debo mucho más de lo que ellos sospechan. Porque
ambos, a su manera diferente, me revelaron horizontes ambiciosos y ampliaron mi
visión de la vida en extensión y en profundidad.
Con lenguaje ‘spengleriano’ podría decirte que uno es de la
escuela de Apolo y el otro de la de Dionisio. Bustamante es sereno, ponderado,
con un fuego interior controlado en la expresión galana y el ademán sobrio.
Rodríguez, en cambio, es dionisiaco, vehemente, cargado de pasión, con un fuego
que se le agota, a veces, en un jadeo y que en otras estalla en una
imprecación. Pero ambos son músicos aunque no lo quieran y aman las palabras.
El fondo y la forma se acoplan en ellos naturalmente y les dan un estilo. En
uno, como en Goethe, el equilibrio es la meta y la serenidad, la senda. En
otro, como en Beethoven, la meta es inalcanzable y sólo el camino cuenta; y lo
recorre apasionadamente y haciendo pascanas para drenar el dolor, irisado de
anhelos, jadeante de fatigas y ensueños.
Rodríguez debe ser algunos años mayor que Bustamante; pero
prácticamente estos arequipeños son coetáneos. Sin embargo, por lo que sé, su
evolución espiritual fue diferente y el afecto que ahora los vincula nació sólo
en la edad madura.
‘Viejos y nuevos tiempos’ de Mario Polar.
Bustamante proviene de viejas familias arequipeñas que
hicieron de la austeridad y del recato una norma insobornable. Por eso la
sobriedad y la mesura en el ademán y en la palabra, tienen en don José Luis un
origen ancestral y él, en ese aspecto, es la expresión de una herencia. Pero
nacido a fines de un siglo, creció para ser niño y adolescente en los albores
de otro que se proyectaba hacia el futuro como una promesa de novedades o como
un quemante problema por resolver. Y con una inteligencia sorprendentemente
lúcida y alerta, que rompió con severa audacia los moldes tradicionales en que
fue cultivada, aceptó el reto de su hora y se aplicó con terca devoción a
buscar soluciones a los viejos problemas insolutos. El derecho y la política
fueron, inevitablemente, los caminos que se le abrieron. Pero no el derecho
sólo como esgrima en que la dialéctica hace de espada; y no la política como
medio de vida o de encumbramiento social; sino el Derecho y la Política como
herramientas lícitas e indispensables para la búsqueda de la justicia y de un
mundo más equilibrado y más pleno. Y así el poeta afloró en el sueño de un
mañana más justo y en la subordinación a la palabra medida y al adjetivo cabal.
Pero músico desde el fondo del alma, la palabra, escrita o hablada, tiene en él
la cadencia de una partitura. Y no sólo en sus poemas que conocen tan pocos,
sino en sus conferencias, sus discursos y sus charlas. Cuando escuché sus
primeras clases y leí sus primeros escritos, no me interesé, en verdad, por el
contenido sino por la forma. Me gustaban sus períodos bien cortados, el orden
de su exposición, la gracia con que los adjetivos redondeaban el significado de
los sustantivos, la plenitud, en suma, del idioma. Sólo después me percaté de
que debajo de esta forma, tan meticulosamente cuidada, navegaba en la sombra la
angustia del buscador de soluciones, el afán interior del cazador de verdades y
la pudorosa piedad del caballero cristiano. Y esta angustia, este afán y esta
piedad, verdaderos protagonistas de su drama humano, lo llevarían a la
política, como portador de un sueño, para ser golpeado rudamente, para
descubrir que un hombre solo, y solitario, no puede modificar un mundo
imperfecto; pero sí puede, si tiene coraje, abstenerse de escupir por el
colmillo, como los bravucones, para defender la convivencia democrática; y
puede también conservar la dignidad y el decoro y encender una antorcha para
que otros la recojan, encendida, en la posta de la vida. Su concepción de un
orden cristiano, fraterno y creador, de hondas reformas sin violencia, son, en
el fondo, su aporte constructivo a la vida de un país que despierta, en una
hora confusa, con el sueño de un verdadero amanecer.
Mi amistad con estos dos hombres, tan distintos y, ahora, tan
entrañablemente amigos, es uno de los muchos regalos que me ha hecho la vida.
De Bustamante conocí unos poemas muchos años antes de, que
supiera quién fue el autor. Siendo muy niño se organizó una función de caridad
en la que se representó ‘Blanca Nieves y los Siete Enanitos’. Bustamante, según
lo supe mucho después, fue quien escenificó el cuento y lo vertió en versos
pulcramente cortados. Yo debí ser el séptimo de los enanos; y recuerdo todavía
buena parte de los parlamentos del ‘Príncipe Encantador’ y, por supuesto, lo
que los enanos debíamos decir:
Ya no somos pobres gnomos
sino pajes encantados,
con ricos ropajes
y luengos plumajes;
que derrocharemos
las riquezas todas
que hemos reunido
con sudor y llanto
...y tanto quebranto.
Que me perdone don José Luis si éstos no son, exactamente,
los versos que él escribió; pero la verdad es que los aprendí siendo tan niño que
no recuerdo haberlos leído nunca. Y debí ser muy pequeño en verdad, porque no
entendí entonces la razón por la que fui expulsado de la compañía teatral. Yo
debía decir, en algún momento, refiriéndome a Blanca Nieves: “Que sea nuestra
mamá”. Pero enmendándole la plana a don José Luis y dando una razón práctica y
nutritiva a una frase que debía tener sólo una finalidad lírica, exclamé en un
ensayo, muy sensatamente: “Que sea nuestra mamá... pa’ que nos dé tetita”. Las
risas corearon mi improvisación; y aunque en diversos tonos se me dijo que
debía suprimir el añadido, el recuerdo de mi éxito inicial me indujo a
repetirlo en el ensayo final. El resultado fue mi expulsión. Fui reemplazado
por Mañuco Zereceda, que tuvo que heredar mis atuendos.
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